miércoles, 10 de octubre de 2012

Crossroads. Sentinel. (cap. 7)


— Y si esto sale a la luz, posiblemente el Centinela no pueda volver a proteger Betlam City.

Con esa frase Goldfield terminó la conversación, hacía ya más de media hora que tanto él como la detective Moreno hablaban en el piso de ésta. Goldfield había accedido para recuperar el casco del Centinela y poner sobre aviso a la única persona, fuera del círculo del Centinela, en la que él creía poder confiar. La había estudiado, comprendió que Elisa Moreno amaba la justicia, no soportaba ver sufrir al inocente y eso era lo que el Centinela representaba; entonces, ¿por qué le costaba tanto a Goldfield confiar en una persona así?

Con Troy desaparecido, el Centinela debía seguir protegiendo a la ciudad pero ahora lo iba a hacer sin su brazo fuerte en el proceso. Sintiéndolo mucho, Goldfield comprendía que un tullido, un anciano, un joven conductor y una hacker no representaban ningún peligro a todos aquellos villanos que trataban de hacer de Betlam un sitio más acorde a sus inquietudes; era por eso que cuando estaba en el piso de Moreno, Goldfield decidió confiar en ella y abrirle las puertas al secreto mejor guardado del Centinela.

— Pero... —la voz de Moreno temblaba, no por el miedo sino por lo que había escuchado— Ahora puede ser el caos. Sin el Centinela, y si todos esos criminales se enteran, Betlam estará perdida; ¡no puedes entrenar a alguien de la noche a la mañana!
— ¿Sabes qué es lo irónico? Que lo se. —Goldfield sonaba abatido, con el casco en la mano, mirándole, en su cabeza se repetían las imágenes de las últimas horas. Venían también a su cabeza las palabras que, hace ya una eternidad, le dijo a Troy cuando fue a buscarle para que volviera al equipo y aquello fue demasiado para él, no pudo reprimir una lágrima, intentando recomponerse le dio la espalda a Moreno— Se que ahora no podemos poner a otro Centinela en las calles, por eso te necesitamos.
 No se, me estás pidiendo algo demasiado grande. ¡no puedo proteger toda Betlam yo sola!

Goldfield, con la mirada anclada en el casco, suspiró y dejó caer todo su peso sobre el bastón; cogiendo fuerzas de flaqueza se giró y le lanzó el casco a la detective.

— Sí que puedes. Si no lo supiera, ahora no estaría aquí y tú no estarías dudando. —aquello pilló por sorpresa a Moreno que no supo qué decir. Quedó en silencio mirando el casco quemado que sostenía entre las manos y cuando levantó por fin la vista, Goldfield ya se había ido. Sobre la mesa había un teléfono móvil que empezó a sonar casi de inmediato. Con miedo, Moreno cogió el aparato y apretó la tecla de descuelgue, acercándose el auricular a la oreja.
— ¿Diga?

Al otro lado de la línea contestó la voz de una joven cuya energía se transmitía a través del teléfono:
— ¡Hola! Mi nombre es Fedora, y a partir de ahora, vamos a ser compañeras.



— ¿Crees que es lo mejor?
 Hace tiempo me dijiste que debía confiar en mi instinto, que tenía que darle una oportunidad a la gente. Creo que ahora esto es lo mejor que podemos hacer por la ciudad.
— ¿Sabe ella el peligro que va a afrontar?
— De sobra.
— ¿Entonces qué te preocupa tanto?

Aquella pregunta fue como un mazazo para Goldfield, durante unos segundos permaneció en silencio esperando que todo esto fuera sólo una pesadilla pero cuando volvió a mirar a Szilard entendió que hacía tiempo que ya había despertado y todo esto estaba pasando de verdad.

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