miércoles, 10 de octubre de 2012

Crossroads. Sentinel. (cap. 4)


— ¡¡Central, envíen refuerzos a la Séptima con Carson!!

Los gritos del agente Raymond quedaban solapados con las detonaciones de las armas semiautomáticas de los hombres que se encontraban atrincherados en el banco. El East Side era una zona residencial, en su mayor parte de casas unifamiliares y tanto los comercios como los bancos que habían en esa parte de la ciudad eran más bien pequeños. Era extraño pensar que los ladrones hubieran tomado como objetivo un banco cuyo capital almacenado ni siquiera llega al millón de dólares, pero eso el agente Raymond no se había parado a pensarlo; oculto tras su coche devolvía el fuego cuando los ladrones le daban la oportunidad, a escasos dos metros de él estaba tendido bocabajo su compañero, un disparo le había impactado en el pecho y el agente Raymond no sabía si seguía vivo o no.

De pronto los disparos finalizaron con un silencio sepulcral, ¿qué demonios había ocurrido? No quería asomarse, el miedo le tenía agarrotados los músculos y sentía como si una mano le obligase a estar agachado detrás del coche pero se dijo a si mismo que debía mirar, comprobar qué sucedía, ayudar a la gente que podía estar retenida en el interior del banco. Lentamente y sin soltar la pistola, el agente Raymond fue asomándose desde detrás del vehículo que le servía de parapeto y cuando pudo ver lo que estaba sucediendo, su mirada reflejó el terror que sentía en ese momento.

Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, la detective Moreno cierra la puerta de su apartamento y la atranca con una silla; tras esto cierra las persianas y cuando se ha asegurado que cada una de las ventanas está cerrada enciende la luz de la mesa de despacho y se sienta tras su escritorio. Sobre la mesa deposita el casco que traía oculto debajo de su abrigo, lo deja frente a ella colocado de tal forma que podría pensar que alguien tras el cristal ahumado por el incendio le estaría mirando. "¿Qué ha pasado contigo? ¿Dónde te has metido?" Moreno está intranquila, ya no por haber sido perseguida hace apenas unos minutos, sino por el hecho de pensar que la persona que mantenía protegida a la ciudad pueda haber muerto.

En las escaleras se escucha un crujido, instintivamente Moreno apaga la luz de la mesa y desenfunda su pistola; aguanta la respiración esperando que haya sido una falsa alarma pero cuando escucha cómo alguien intenta forzar la cerradura se da cuenta de que puede que no salga de esta con vida.

En otra parte de la ciudad una joven hácker se afana por filtrar todos los datos que le llegan del satélite de la compañía Wayland. Sus dedos se mueven con una velocidad asombrosa por el teclado, el reflejo de las pantallas proyecta sobre ella una imagen mortecina como si fuera más una aparición que una persona normal; su mirada, fija en toda la información que la llega a cada segundo, es fría, blindada ante la sensación de miedo que tuvo hace unas horas. Y de pronto una sonrisa asoma en su rostro.

— G. Le tengo. Se dónde se esconde Gorila.

Goldfield se detuvo durante un segundo, la noticia no le traería a Troy pero le hizo replantearse las cosas. ¿Aplastaría la cara de esa abominación? ¿Controlaría su ira y metería a esa escoria en la celda más oscura del Asilo Dunwich? Eso, cuando tuviera a Gorila delante, lo decidiría; ahora tenía otro asunto entre manos.

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