miércoles, 10 de octubre de 2012

Crossroads. Sentinel. (cap. 20)


El Centinela realizó un giro sobre su pierna izquierda y golpeó con una patada, a la altura de la cara, a los dos matones que le enfrentaban. Los disparos resonaron por toda la zona y éste comenzó a correr para ponerse a cubierto, de un salto se parapetó tras un coche que recibió los impactos de las armas semi-automáticas.

— ¡¡Tienes a los dos hombres situados en el edificio que hay a tus seis!! — la voz de Fedora sonaba metálica a través de los altavoces del casco. Del interior del abrigo, el Centinela sacó dos esferas del tamaño de una nuez, las lanzó por encima de su cabeza hacia atrás y al impactar contra el suelo crearon una nube de humo que le ocultó de la vista de los tiradores. Estos abrieron fuego al ver aquella cortina, con la esperanza de impactar en el vigilante cuando este se moviera, pero el Centinela no estaba ya escondido tras el vehículo sino que iba corriendo ya en dirección opuesta al edificio desde el que le disparaban.
— Te cubro. Ve a por el payaso. — la voz de Lynx anunciaba lo que iba a suceder. La joven dejó inconscientes a ambos tiradores en apenas diez segundos. De pie, en el tejado del edificio veía cómo su compañero corría tras el rastro del Gran Galletín.

El Gran Galletín había traído de vuelta a su circo, llevaban un par de días asolando la ciudad con una ola de crímenes absurdos en un intento de traer el caos a Betlam City. Pero el payaso se había vuelto más osado y había secuestrado a todo el ayuntamiento; en el edificio retenía a veinte personas, entre ellos el propio alcalde. Amenazaba con volar el edificio si no se cumplían sus exigencias. La policía tenía rodeado el ayuntamiento y se comunicaban con él a través de una línea telefónica, pero el Centinela sospechaba de los planes del Gran Galletín. Él nunca se quedaría en el edificio si pensaba volarlo y Fedora se encargó de rastrear la línea que unía el ayuntamiento con los policías desplegados; efectivamente, la llamada no provenía del edificio amenazado, sino de uno cercano. La policía no se había preocupado en controlar la llamada, sabían que los rehenes estaban dentro por lo que asumieron que los secuestradores también, pero el Centinela sabía cómo pensaba el Gran Galletín.

Sus sospechas le permitieron adelantarse al payaso, desde la azotea del edificio que quedaba tras el que albergaba al Gran Galletín, el Centinela se coló por una ventana de la última planta de un edificio de treinta. En silencio avanzó por los pasillos que meses atrás albergaron a uno de los bancos más importantes de Betlam City, pero al que la crisis se había llevado por delante. Activó la visión infrarroja  de su casco y se permitió unos segundos para estudiar el terreno. Tres pisos por debajo de él detectaba varias fuentes de calor.

— Base. Necesito al gran hermano. Escanead el edificio en el que estoy y decidme si él está aquí.
— Entendido. Dame cinco segundos, tenía al satélite siguiéndote desde hace un rato pero te has movido demasiado deprisa.
— ¿No será que te estás volviendo lenta?

Al otro lado del comunicador Fedora torcía la cara en un gesto de enfado.

— ¿Sabes que se me puede escapar sin querer la activación del desfibrilador del traje?

Troy, debajo del casco del Centinela, se echó a reír.

Siguiendo las indicaciones de Fedora, el Centinela se movía por los pasillos ocultándose entre las sombras. Su abrigo se movía con cada giro que efectuaba, adentrándose siempre en las habitaciones vacías sabedor que la vida de varias personas dependía de él. Así llegó hasta un despacho que daba al este, allí las ventanas se abrían hacia el ayuntamiento, las luces de los coches patrulla que rodeaban el edificio daban a la habitación un aspecto surrealista. Y en medio de la sala, con un teléfono móvil de la mano se encontraba el Gran Galletín.

— Fedora. Escanea la habitación en la que estoy. Rastrea las señales que hay. — al otro lado de la línea se escuchaba cómo la joven hacker tecleaba a toda velocidad.
— Hay una señal.
— ¿Nada más?
— El resto está limpio.

Troy no se lo pensó, rápidamente y en silencio se acercó a él por detrás y le arrebató el teléfono de la mano. El payaso reaccionó tarde y cuando quiso darse cuenta de lo que sucedía el Centinela le había agarrado de la nuca y le había inmovilizado contra la ventana.

— Esto se acabó.

El Gran Galletín estalló en risas, una risa histérica, demente. El reflejo de su fragmentado interior que salía a la superficie.

— Idiota. Esto no ha hecho más que empezar. — tras esta frase el Centinela escuchó varios sonidos metálicos, propios de las armas semi-automáticas siendo preparadas para disparar. En ese instante el Centinela apartó lentamente al Gran Galletín de la ventana sin llegar a soltar su presa, en su bolsillo había dejado el teléfono del que sospechaba que pudiera ser también el detonador de las bombas que había en el ayuntamiento.

Contuvo la respiración.

"Tienes que controlarte si quieres hacer bien tu trabajo."

Cerró los ojos.

"Es importante que no sólo veas, sino que sientas."

Su ritmo cardíaco se redujo.

"Todo debe ser tan fluido como una danza."

Y fue consciente de lo que había a su alrededor.

"Si consigues eso, ya has ganado la batalla."

Con un golpe seco lanzó al Gran Galletín contra la ventana, el impacto hizo que estallase en cientos de fragmentos que, junto al payaso, se precipitaron hacia la calle. Los hombres del payaso abrieron fuego pero el Centinela ya se encontraba avanzando hacia ellos, esquivando los disparos, saliendo del radio de fuego de las armas, acercándose a cada uno de ellos.

Un puñetazo volcando todo su peso e inercia en el golpe. El impacto parte dos costillas.
Un giro en seco, dejándose caer y girando sobre su pierna derecha, golpeando con la izquierda en un arco completo. El hombre se desequilibra y cae hacia atrás, golpeándose la nuca con la pared.
Un salto hacia atrás, girando en el aire, lanzando varias esferas metálicas contra los ojos. Suelta el arma y se lleva las manos a la cara, posiblemente le queden secuelas y pierda visión.
Un rodillazo en el codo. Se escucha un ruido seco. El hombre grita de dolor. El arma no ha llegado a caer al suelo y cuando lo hace la palma de la mano golpea contra la cara del pistolero, partiéndole el tabique.

Han pasado tres segundos, el Centinela deja atrás a los cuatro hombres inconscientes y se lanza por la ventana. Varios metros por delante de él cae el payaso envuelto en una nube de cristales, Troy pega los brazos al cuerpo y acelera su caída; cuando ambos están a la altura de la décima planta el Centinela saca un disparador automático de la manga derecha del abrigo y extiende el brazo hacia el ayuntamiento. El garfio sale disparado por un mecanismo de aire comprimido, impactando en la pared y sujetando a ambos hombres. Con la mano izquierda sujeta el pie del payaso y cuando el cable se tensa siente cómo su hombro soporta el peso de los dos, la curva que describen les lleva a sobrevolar los coches de policía y a impactar contra la ventana del despacho del alcalde en el ayuntamiento.

Los dos ruedan por el suelo, pero el Gran Galletín se ha llevado la peor parte, golpeándose con la mesa que había tras la ventana. El Centinela se levanta y sujeta de nuevo al payaso, levantándolo del suelo y llevándole hasta la ventana.

— Te lo he dicho. Esto se ha acabado.

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