miércoles, 12 de octubre de 2016

Shadows over Betlam. Faces of Sentinel. (cap. 8)

Han pasado varios meses desde que el Centinela desapareciera. Nadie volvió a saber del enmascarado que luchó contra los vampiros en las calles de la ciudad de Betlam. Por aquel entonces, durante la pasada Navidad, las calles eran un lugar seguro como hacía tiempo que no se recordaba. La gente volvía a aventurarse a los bares y las tiendas a pesar de que el sol no iluminase la ciudad. Poco podía esperarse que el terror volviera a asolar Betlam.

A pesar de la creencia popular, el Centinela no había mantenido alejados a los vampiros. Había sido el frío. Durante meses los vampiros fueron alejándose de las calles, presumiblemente almacenando comida para el frío invierno que se avecinaba, medio año llenando su despensa para sobrevivir al frío. Y cuando la primavera llegó, y con ella las noches dejaron de ser tan inhóspitas, los chupasangres volvieron a salir a la calle, hambrientos como nunca lo habían estado. Aquello fue una carnicería. La primera noche que los vampiros reanudaron la caza, lo hicieron en masa; decenas de ellos salieron de los rincones donde se escondían y dieron buena cuenta de hombres y mujeres por igual. Cuando el sol despuntó al alba, la ciudad se había teñido del rojo de la sangre.

Aquello fue un duro revés para Betlam. Durante los primeros ataques de los vampiros, la ciudad había guardado silencio por ellos. En los periódicos acusaban a algún asesino psicópata de los crímenes, a pesar de que la gente parecía conocer la verdad. Una verdad incómoda que nadie parecía querer afirmar. Pero aquella noche supuso un punto de inflexión. Todo el mundo comenzó a hablar y leer sobre ello, los vampiros estaban allí y su silencio no iba a lograr ignorar su presencia.

Pero el revés más grande se lo llevó un hombre que había perdido mucho durante la Guerra Secreta que mantuvo. Durante años luchó en una Cruzada personal por librar Betlam de la presencia de los vampiros, aquellas criaturas que le habían arrebatado todo. Y la mañana tras la Noche Sangrienta (como se la llamó desde aquel día), Brian Wayland comprendió que debía volver a vestir el traje que, por amor, había colgado meses atrás.

Del diario de Leonard Szilard.
Betlam, a 24 de marzo de 1863.

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