viernes, 25 de enero de 2013

El mejor de los momentos.

Si tuviera que elegir entre alguno de los momentos más importantes de la historia del Centinela, posiblemente fuera alguno ubicado en la época de la Nueva Formación. No rechazo las historias antiguas, pero tanto los villanos actuales como los miembros del equipo del Centinela me resultan mucho más atrayentes que las antiguas historias del Dúo Intrépido o de la Era de los Vigilantes.

Leer ahora un número del Centinela (siempre pensando que me refiero a la cabecera Centinela) supone introducirse en un mundo de acción sin freno, en el que página tras página los guionistas y dibujantes consiguen que no podamos despegarnos de la historia que estamos leyendo. Posiblemente el momento actual que vivimos sea también un detonante para este estilo, tenemos películas en el que las escenas de acción se encadenan unas a otras y cuando queremos darnos cuenta hemos estado viendo, durante más de dos horas, cómo varias personas pelean entre sí sin haberse detenido ni un momento; ¿por qué los cómics no iban a tener ese mismo ritmo (salvando las distancias entre cine y literatura), si al fin y al cabo es lo que está pidiendo el público?

Con esto, no quiero decir que la acción en los cómics antiguos no sea buena. Simplemente es distinta. Y eso es bueno, porque podemos diferenciar las épocas ya no por los equipos creativos sino por cómo están contadas las historias. Un ejemplo muy claro sería el de la última reimaginación del origen del Centinela (enmarcada en la iniciativa Mundo Uno de la editorial), donde se nos muestra un inicio del héroe en el que la acción toma más importancia que la publicada hace años, cuando sufríamos junto a Brian Wayland con la muerte de sus padres; misma historia, diferentes épocas en las que se escribieron y muy diferenciables por ese detalle.

Volviendo al tema con el que comenzaba este artículo, elegir un momento de la historia del Centinela, y tras haberlo hablado mucho con varios amigos que comparten mi afición por el enmascarado de Betlam, sobre la mesa quedaron momentos tan emblemáticos como la muerte de Stephen Lincoln, la boda de Brian Wayland,  el posible retorno del Centinela en el futuro (recogido hace poco en el tomo especial Centinela, el retorno del Héroe Oscuro), la aparición de los primeros vigilantes, el incendio del Asilo Dunwich o el regreso de Troy Sanders al equipo. Pero yo, personalmente, me quedo con la boda de Brian Wayland; a mis amigos aquello les resultó extraño, ¿qué tenía de especial aquel número para que lo eligiera como un momento crucial? La aventura que narra es muy sencilla, como casi todas de la primera etapa del Centinela, pero a mi me marcó un suceso dentro de ella: el paso de testigo de Wayland a Dixon.

Los cambios de época en los cómics suelen ser, al menos cuando las ventas van mal, con eventos espectaculares y sagas que juntan todas las colecciones de una misma editorial en un crossover que ocupará varias baldas de nuestras estanterías. Pero con la boda de Wayland no sucedió aquello, puede ser porque la historia se escribiera en aquella lejana época que fueron los años 60 (a comienzos de la década), pero el guión nos mostraba a un Wayland emotivo que otorgaba a Dixon el lugar que merecía como heredero del Traje. Se mostraba por primera vez la nueva base del equipo, abandonando Wayland Manor por la futura Torre Wayland. Ahora eso es algo impensable, si se reimaginase aquel momento posiblemente nos encontráramos con un crossover entre las cabeceras Centinela, Investigation Comics o incluso Betlam Central.

No, aquella fue una época distinta y, para un servidor, la boda de Brian Wayland supuso el comienzo de una  nueva parte de la historia y la continuación de un legado que llega hasta nuestros días. ¡¡Que vivan los novios!!

[Artículo perteneciente al especial de la revista Menhir sobre el Centinela]

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