lunes, 8 de abril de 2013

El día que conocí al Centinela.

Cuando descubrí al Centinela, lo hice en un kiosco cercano a mi casa. Yo bajaba todas las tardes de verano a jugar con mis amigos, por aquel entonces (tenía unos 7 años y ahora calzo ya los 30) nuestra diversión consistía en jugar a las chapas, las canicas y dar patadas a una pelota mientras corríamos de un lado a otro y nuestras madres nos vigilaban sentadas en un banco cercano. Poco podía imaginarme que, una tarde en la que se desató una tormenta terrible, me encontraría de frente con el Centinela mientras mi madre y yo nos refugiábamos del agua bajo el toldo del kiosco.

Aquella portada me cautivó: el Centinela se descolgaba de una azotea mientras un ladrón apuntaba con una pistola a una joven indefensa. ¿Qué era aquello? Los tonos oscuros de la portada contrastaban con el amarillo del título: Tales of the Sentinel. Todos los tebeos (porque en aquellos años no se llamaban cómics) que tenía eran de Astérix, Mortadelo o Zipi y Zape, sí que había visto algunos de superhéroes en la biblioteca del barrio (qué bien lo pasé cuando encontré uno de Imperio, el héroe de las estrellas) pero todos tenían una cantidad terrible de colores muy chillones y aquel era todo lo opuesto a mi concepto de superhéroe. Durante aquellos 10 minutos que tardó en pasar la tormenta, mi vista no se despegaba del escaparate y cuando nos pusimos en movimiento para volver a casa le pedí a mi madre que me comprara aquel tebeo. Su primera reacción fue negativa, obviamente no cejé en mi empeño y durante el camino a casa y esa noche, seguí insistiendo en la compra.

Al final, imagino que un poco cansada de mi insistencia, mi madre compró aquel tebeo y cuando volví de las clases de la academia (malditos cuadernillos de ejercicios para el verano) lo encontré sobre mi cama. Mi madre me hizo prometer que haría todas las tareas antes de ponerme a leerlo, y ni corto ni perezoso aquella tarde terminé todo lo que tenía que hacer con una velocidad asombrosa (seguramente hice todo mal, pero lo interesante era desvelar qué se encontraba detrás de aquella portada tan sugerente). El momento había llegado, me senté en el sofá del salón y mientras mi madre veía la televisión y mi padre terminaba de preparar la cena, pasé la primera página y descubrí quién era el Centinela, dónde transcurrían sus aventuras y por qué diantres un hombre apuntaba a una mujer con su pistola.

Aquello cambió mi concepción de los tebeos. ¡¡No todos tenían colores estridentes!! ¡¡No todos presentaban situaciones absurdas!! Vale, puede que con 7 años no me enterase mucho de la trama de fondo (y menos cuando me enteré, años después, que aquel número pertenecía a un arco argumental de 6 cómics) pero disfruté tanto de aquella historia que la releí más de 10 veces esa misma noche. Cuando me acosté soñé con el Centinela, mis cuadernos tenían dibujos del defensor de Betlam por todas las hojas, y por vez primera abrí un atlas con la intención de buscar esa mítica ciudad en los mapas. Y hoy, 23 años después, mis estanterías tienen las aventuras de aquel héroe que, a lo largo de distintas colecciones, ha ido salvando Betlam y enfrentándose a toda clase de villanos. Ha ganado, ha perdido y ha sufrido mucho, pero yo lo llevo haciendo con él desde aquella tarde de verano en que una tormenta, posiblemente enviada por el Amo del Clima, hizo que mi madre y yo nos resguardáramos debajo del toldo de un pequeño kiosco y descubriera al Centinela.

Héctor Prieto.
[Artículo perteneciente al especial de la revista Menhir sobre el Centinela]

2 comentarios: