miércoles, 10 de octubre de 2012

Crossroads. Sentinel. (cap. 9)


Moreno llegó al cementerio veinte minutos después de haber colgado a Goldfield, todavía se preguntaba cómo estaba siguiendo las órdenes que aquel hombre le daba pero algo dentro de ella le decía que eso era lo que debía hacer. Sin el Centinela la ciudad corría el peligro de colapsar sobre sí misma por el temido aumento de criminalidad, en el Cuerpo de Policía la corrupción campaba a sus anchas por lo que tampoco podrían ser de ayuda; ¿de verdad una ciudad está cuidada por un grupo de personas como el equipo del Centinela?

El teléfono móvil volvió a sonar, sacando a Moreno de sus pensamientos.
— Dime. —contestó con un tono seco en su voz.
— Elisa, soy Fedora. Me han pedido que te enlace directamente antes de entrar al cementerio.
— Me parece bien, ¿qué tengo que hacer allí? Porque lo único que me dijo el grandullón es que viniera aquí cagando leches. —los nervios de Moreno estaban a flor de piel, estaba siendo una noche muy larga y lo que la había pasado en la última hora no ayudaba para nada.
— Te paso la posición donde tienes que ir al GPS del teléfono, allí deberías encontrarte (no te asustes) una estatua de hielo de un tipo enorme y con cara de pocos amigos. Tenemos la grabación del momento, pero no hay pistas de quién lo hizo y esa es tu labor ahí.

Moreno resopló, le dolía la espalda y un zumbido bastante molesto le taladraba la cabeza desde hacía un rato. Aparcó el coche a la entrada del cementerio, en el aparcamientoque disponía el recinto; ya dentro las farolas iluminaban ténuemente el paseo central y daban al lugar un aspecto tétrico pero tranquilo. Ojeando el GPS del teléfono comprobó que, desde donde se encontraba ahora, tenía que subir la cuesta e ir casi hasta la otra punta del cementerio; resignada empezó a caminar y diez minutos después llegó ante el panteón que coronaba la colina. Allí las farolas no eran tan efectivas como en el paseo central por lo que Moreno sacó una linterna del bolsillo izquierdo de su gabardina y alumbró los alrededores, buscando alguna prueba como le había indicado Fedora; ¿pero qué buscaba en esa zona? Para empezar, según la joven, tenía que haber una estatua enorme de hielo, y allí no había nada.

Fue entonces cuando lo vio. Al principio había pasado inadvertido en conjunto con el lugar, pero algo le había llamado la atención de aquella estatua: no tenía pedestal. Ni siquiera una base donde se sustentase; al contario, aquella estatua tenía los pies en el suelo y había dejado marca como si en un momento se hubiera movido, un surco en la tierra tras su pie izquierdo indicaba el hecho. Moreno marcó rellamada y contactó con Fedora.

— Chica, dile a tu jefe que he encontrado a su hombre. Y dile también que se ha equivocado, aquí no hay una estatua de hielo, sino de piedra.

Al oir aquello por el altavoz de la base, Goldfield y Szilard levantaron la vista a la vez de los papeles que estaban repasando, se miraron y temieron lo peor.

Mientras tanto, Elisa Moreno no se daba cuenta de la figura que se acercaba, sigilosamente, por detrás de ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario