miércoles, 10 de octubre de 2012

Crossroads. Sentinel. (cap. 13)


Pese a ser primera hora de la mañana los muelles tenían una actividad frenética, camiones de carga yendo de un lado para otro, carretillas con palés, contenedores siendo transportados por grúas; allí el horario laboral era de 24 horas de ritmo frenético aunque por las noches disminuía en intensidad.

El coche dejó a Víctor justo frente a las puertas de la nave 43; un enorme cartel en el que se leía "Xing Yean, almacenes" justo sobre la puerta personalizaba aquella construcción, diferenciándola de todas las de alrededor. Víctor se acercó solo hasta la puerta, sobre su cabeza una cámara de seguridad grababa a todo aquel que quisiera entrar allí, llamó al timbre y miró al objetivo, unos segundos después el inconfundible sonido de la apertura automática le invitaba a entrar.

Nada más abrir la puerta sintió una brisa fresca, producto del cambio de presión entre el interior y el exterior, dentro tan sólo un par de ténues luces dejaban ver una especie de sala de acceso con las paredes metálicas y otra puerta esperándole justo frente a él. Cerró la que daba al exterior y cruzó esa sala, cuando ya estaba frente a esa puerta vio que también le vigilaba allí otra cámara, "para qué tanta seguridad" pensó mientras esperaba a que le abrieran o se planteaba aporrear la puerta; algo más de tiempo que antes, casi medio minuto, la puerta se abrió automáticamente y Víctor exaló un soplido de desesperación ante lo que tenía delante: unas escaleras descendentes, cuyo final no parecía estar a la vista, era su siguiente camino. Metió las manos en su gabardina y empezó a descender, recordando aquella serie que veía cuando era pequeño donde un agente secreto, bastante patoso, cruzaba una puerta tras otra, bajaba tramos y tramos de escalera, para terminar llegando a su despacho. Canturreando la cancioncilla de aquella serie, Víctor bajaba peldaño tras peldaño.



— Bueno, yo cojo mi coche y marcho; creo que tenéis que hablar y yo entro a trabajar en una hora. Me gustaría, antes de tener que aguantar una jornada laboral de ocho horas, poder darme una ducha; así que ahí os quedáis. —dijo Moreno mientras se despedía de Goldfield y de aquella vigilante enmascarada. La detective bajó la cuesta del cementerio y tras montar en su coche abandonó el lugar mirando, por el retrovisor, la entrada del lugar.
— Te dije que no quería volverte a ver con ese uniforme. —Goldfield no tardó en recomponerse tras la sorpresa.
— Sí, lo hiciste.

La voz de aquella joven era dulce, no se comparaba en absoluto el tono que ponía cuando "trabajaba", pues no dejaba de ser, al fin y al cabo, una adolescente. Además se notaba el dolor que sentía por aquel reproche de Goldfield, bajó la vista y dejó que el peso que cargaba cayera sobre sus hombros; estaba agotada y Goldfield se dio cuenta.

— ¿Cuánto has estado patrullando?
— Toda la noche.
— Mmh... —aquel sonido era muy característico en Goldfield, quienes le conocían sabían que hacía eso cuando se mordía la lengua y se callaba algún comentario negativo, alguna crítica. —¿Qué hacías con Moreno, por qué la seguías?
 No la seguía, estaba detrás del rastro de Gorila por lo del secuestro de los niños.

Goldfield dio un paso hacia ella y le puso la mano sobre el hombro.

— ¿Sabes lo que le ha sucedido a Troy? —la joven levantó la mirada y Goldfield vio en sus ojos las lágrimas que esa misma noche ya había visto en Fedora.
— Le vi entrar en el almacen, yo estaba en el edificio de enfrente; y de pronto todo estalló... y... ¡dios, no pude hacer nada! —la joven se quitó la máscara y rompió a llorar; Goldfield la abrazó tratando de consolarla.

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