miércoles, 10 de octubre de 2012

Crossroads. Sentinel. (cap. 11)


— ¡¡He dicho que no!!

De un manotazo los papeles que había sobre la mesa terminaron repartidos por todo el despacho, Víctor se levantó del sillón y se acercó al mueble bar para servirse una copa mientras intentaba tranquilizarse; estaba rodeado de incompetentes y eso no lo iba a poder solucionar de la noche a la mañana, encima le habían obligado a mancharse las manos. Vale, lo de Gorila puede que no estuviera bien, pero tenía que hacerlo... ¡¡no podía aceptar muertes porque sí!! No, no iba a permitir que nadie más tomase una vida, es injusto.

— Lo voy a repetir sólo una vez más. Si alguno de vosotros se salta las normas y decide ir por su cuenta, terminará mal. ¿Ha quedado claro? —los cuatro hombres que se encontraban en su despacho asintieron con miedo, habían entrado allí para exigirle a Kressler que actuasen ahora que el Centinela había muerto pero se encontraron con una respuesta que no esperaban. Si Kressler se había cargado a Gorila (mucho más poderoso que ellos), ¿qué no haría con unos "hombres de negocios"?— Si me entero, que uno de vuestros chicos, ha herido a alguien tan siquiera, os perseguiré y acabaré con vosotros con mis propias manos. Nada de artilugios, ni armas... no. Os pondré las manos en el cuello y apretaré hasta que vuestro último suspiro se escape del cuerpo. —apuró el vaso de un sólo trago y lo dejó sobre la mesa— Ahora largaos de aquí.

Los cuatro hombres salieron del despacho con la mirada baja y cerraron la puerta tras de sí. Víctor quedó de pie apoyado en el mueble bar, empezaba a notar cansancio y no podía quitarse de la cabeza la cara de pánico de Gorila cuando le disparó y éste empezó a petrificarse. Volvió a servirse una copa para intentar borrar esa imagen, en ese momento llamaron por teléfono; Víctor se sobresaltó. Se dirigió a su mesa y apretó el botón de manos libres del teléfono.

— Dime. —dijo como única contestación.
— Señor Kressler, tengo algo que creo le encantaría tener. —era una voz de mujer.
— ¿Quién cojones eres? —justo lo que necesitaba, alguien tocándole las pelotas ahora mismo.
— Una amiga que quiere hacerle un favor.
— Mira guapa, no se cómo coño has conseguido este número ni quién te crees que eres llamándome y ofreciéndome tu ayuda, ¿acaso eres una ONG?
— De acuerdo, entonces si usted no quiere al Centinela, llamaré a alguien que sí lo quiera.
— ¡¡¿QUÉ?!!

La sorpresa tomó forma en aquella palabra que Víctor escupió incrédulo. Apartó el sillón y se dejó caer en él, cogió el auricular y quitó el manos libres, si aquello era cierto no quería que nadie más que él lo escuchase.

— El Centinela está muerto.
— Eso es lo que todo el mundo cree. Pero es mentira; el Centinela está vivo y le tengo en mi poder; se le estoy ofreciendo en bandeja de plata, señor Kressler.
— Dim... dime cómo puedo estar seguro de que dices la verdad.
— Venga a los muelles, nave 43, dentro de una hora y podrá atestiguar que le digo la verdad.

Y colgó. Víctor se quedó en su despacho pensando en la ironía de la vida; había planeado la caída del Centinela y ahora iba a tenerle, indefenso, frente a él. Los primeros rayos de sol entraron por la ventana del despacho y Víctor notó el calor sobre su piel; sin darse cuenta había pasado toda la noche despierto, y desde el incidente de Gorila no había parado. Ahora se merecía un descanso de diez minutos y luego iría al puerto a reunirse con su misteriosa benefactora.

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